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Una mostra dels vins valencians. Vilaretal
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Una mostra dels vins valencians.

Beber para creer.
Una mostra dels vins valencians.

(Primer capítulo)

Escribo este artículo recordando una pequeña escapada que hice a la comunidad valenciana el septiembre pasado. Con cierta vergüenza reconozco que he tenido que tener una suegra valenciana para animarme a descubrir este territorio. Siempre he buscado destinos lejanos, como si fuera una poción mágica a mi sed de conocimiento, cuanto más cerca, más me fallaba la vista. Y esta vez, no puedo culpar a mis 5 dioptrías.

 

¡Pero estoy aquí!, o ya he estado, o volveré.

Hoy me propongo hacer una mostreta – tal como el título indica - de los vinos, los personajes y los territorios que conocí durante una semana. Todavía me falta recorrer el sur de esta región (los famosos fondillones de Alicante). Por ahora, solo he hecho un bocinet de un fondillón, eso sí, de gran nivel. En el segundo capítulo os hablaré de él. De momento os doy una primera pista. Mientras escribo este artículo, de fondo me acompaña Una Furtiva Lagrima y el recuerdo de aquel Elisire de Amore.

 

Bien, llego a Requena, un pueblo de unos 20.000 habitantes, en plena gota fría. Afortunadamente, este ha sido uno de los territorios menos afectados. Al atardecer, paseo por el núcleo antiguo, también conocido como La Villa. Es bonito verlo teñido del color de los mejores brisados que he bebido. Me alojo en el hotel Doña Anita en la Plaza de Albornoz, núcleo del caso antiguo y punto de encuentro de los turistas vitivinícolas. Si algún día os alojáis aquí, pedid alguna de las habitaciones que dan a la Iglesia del Salvador, yo no lo hice, pero hubiera agradecido el consejo. Es vendimia y por las sinuosas calles de piedra me cruzo con familias de vendimiadores, que se alojan temporalmente, en las pequeñas casas, que son el recuerdo de mejores épocas pasadas. Si quieres conocer la vida subterránea de este pueblo, no dejes de visitar Las Cuevas de la Villa. Construidas en época musulmana, entre el s.IX y XIII, son testigos entre otros: de la gran riqueza vinícola, la elaboración del vino y su conservación en grandes ánforas.

 

 

Ceno en el Mesón La Villa. No lo destacaría por su carta de vinos pero sí por su amabilidad, su gastronomía y las cuevas que tiene dentro del mismo restaurante. Enmarcado en la barra, me cautiva un recorte de diario.

 

“Muere un español de 107 años tras una vida bebiendo únicamente vino”. ABC 04/02/2016

 

Ramón, propietario del restaurante, me explica  sobre Utiel y Requena. A los de Utiel se los conoce como cabezones y a los de Requena como vinagre. Yo ya me imagino a los Montesco y a los Capuleto luchando por un mismo territorio. “Porque nunca hubo una historia de amor más triste que la de la Bobal y su tierra”. La segunda noche no pude evitar mirar la película de Romeo y Julieta.

 

 

Bienvenidos a la república independiente de mi bodega.

Al día siguiente visito Mustiguillo, la bodega del enólogo Toni Sarrión, el gran embajador de la bobal. Esta bodega decidió separarse de la DO Utiel-Requena para crear la suya propia: DOP Terrerazo (nombre que proviene de la misma finca). Puñetazo sobre la mesa y mucho empujón. Toni cree en lo que hace y eso nadie puede negarlo.

 

Es septiembre y llueve, por lo que han tenido que posponer el día de vendimia y la bobal sigue descansando en la viña. Para mí una suerte, así puedo contar con todo el equipo Mustiguillo para descubrir este proyecto que elabora su primera vendimia en 1999.

 

 

Ya os he avanzado su punto más punky, ahora os explico el meticuloso.

La bobal es una variedad que por defecto, hace muchos kilos a no ser que la trabajes como ellos: viñas viejas, en vaso, sin irrigar y estresando la planta al máximo para obtener vinos como Quincha Corral. En mi paso por la bodega, Toni acababa de recibir la visita de Pedro Parra, uno de los mejores estudioso de suelos de todo el mundo. Entusiasmado me cuenta, que en sus fincas aparece la marga (arcilla saturada de cal). Finca Terrerazo es más caliza-arenosa y Finca Calvestra más arcilla petrificada con lima y vetas de arena. Ambas dan nombre a dos de sus vinos.

 

 

 

Cada maestrillo tiene su librillo.

En vendimia hacen dos o tres pasadas a la viña para cosechar en el momento óptimo y así jugar con distintas maduraciones. El equipo de Mustiguillo, trabajan con levaduras indígenas, en el caso del vino blanco (Finca Calvestra) hacen una maceración de pieles y en el caso de la garnacha, utilizan la rapa y el pigeage. El juego de las maduraciones lo trasladan a la bodega, donde combinan diferentes recipientes para fermentar: inox, foudre y botas viejas de Acacia.

 

En cuanto a los vinos de gran producción, elaboran los Mestizaje. Vinos de cupage que puedes encontrar con facilidad y una muy buena relación calidad-precio. De aquí pasamos a los monovarietals: La Garnacha, Finca Calvestra (elaborado con merseguera, una de las variedades autóctonas de la zona), Finca Terrerazo y Quincha Corral (elaborados a partir de la uva bobal).

 

Sin duda, las claves del éxito de esta bodega son: buen trabajo de viña, estudio de los suelos, precisión en la llegada a la bodega, sus elaboraciones de alta calidad y un gran equipo humano.

 

 

De Mustiguillo a Mariano Cuevas. Dos mundos dentro de un mismo territorio.

Mariano es un alquimista. Ojo qué le dejas cerca que lo fermentará. Es uno de los grandes abanderados de los vinos sin sulfitos añadidos, de mínima intervención, fermentaciones espontáneas sin controlar temperatura y levaduras indígenas.

 

 

Mariano vive en su cueva, en La Portera. Una bodega hecha a sí misma. No sabría decirte si Mariano te hace la visita o tú te la autogestionas. Un quid pro quo interesante. Con él descubres la magia de la espontaneidad y el laissez faire. No cargues una libreta en las manos porque el laberinto de explicaciones te dejará un garabato de palabras impregnadas en cada página.

 

En su bodega trabaja distintas variedades en las que destacaría la bobal y la tardana, tradicionales de este territorio, u otras como: la moscatel, syrah, monastrell y garnacha. Además de elaboraciones tan originales como la macabeo con lías de bobal. Por no hablar de la singularidad de los nombres de sus vinos, manifestaciones de lo que quiere expresar: Enjoy, Brutal y Vi Viu.  No puedo abandonar a Mariano sin hacer referencia a su alquimia con productos como el licor de jengibre o la cerveza elaborada con uva tardana: la Marianer. Sin duda, nuevas sensaciones en boca.

 

 

La Marina Alta Alicantina.

Visitar esta zona con espíritu vitivinícola es hablar de dos grandes proyectos: Curii y la bodega Gutiérrez de la Vega. La primera, propiedad de la pareja Alberto Redrado y Violeta Gutiérrez de la Vega, recupera variedades locales y un territorio. La segunda, conocida principalmente por su intenso, apasionado y original trabajo con la variedad moscatel, pertenece a la familia de Violeta.  

Empiezo en Xaló, una pequeña población de 2.700 habitantes, donde fermentan los vinos de la bodega Curii. Me recibe Alberto. Me sitúo 24 horas antes de mi paso por L'Escaleta, su restaurante de 2 estrellas Michelin en Cocentaina. Hoy lo conozco con el traje de elaborador de vino pero con el alma de uno de los mejores sumilleres de nuestro país. Me emociona el respeto con el que escucha todos mis comentarios y se interesa por lo que siento y expreso. Con él viajo al pasado de un territorio – la Marina Alta – conocido por la producción de uva pasa hasta 1940, y después por la elaboración de mistelas. Una zona donde solo se desarrollaron cooperativas (la primera nació en Xaló en 1962) y el vino de consumo propio. "Ahora hay cierto movimiento" me explica tímidamente Alberto.

 

 

Empezamos a probar directo de bota. Su alineación es de primera división desde la primera botella: Una Noche y un día. Podría parecer una canción de Sabina pero es el nombre del primer vino de la bodega. Una puerta de entrada a la variedad giró. Hay quién dice que es una garnacha pero Alberto lo desmiente. La giró es más tardía, tiene más acidez, menor sensación golosa en boca y es más terrosa.  A esta primera nota musical, le siguen dos vinos muy literarios.

 

 

Curii Sr.Hyde y Curii Dra Jekyll, 100% giró, de microproducción. Hyde, con 60 días de maceración, proviene de una de las parcelas más antiguas de la zona y se vendimia antes que su compañera Jekyll. Un vino con más carga de alcohol, más acidez y menos taninos y que nos recuerda a los aromas de la Crème de Cassis. Jeckyll, por el contrario, proviene de una parcela de marga. Es un vino de corte más reductivo, menos maceración, menos uso del raspón, mayor carga de taninos pero con mucha frescura. Dos vidas de un mismo ecosistema.

 

 

Acabamos los tintos, probando Curii Giró. Un vino fermentado en foudre abierto y una maceración de 30 días con pieles. Un vino que exige tiempo y paciencia. Ahora bien, cada vendimia es un mundo y responde a la diversidad climatológica del momento. Como en la vida, todo está sujeto a cambios.

 

El último sorbo fue de su blanco, elaborado con una variedad ancestral. La trepadell. De hecho, en mi paso por la feria Vinos Off the record Madrid, tuve un flechazo desde el primer trago de este vino. El entusiasmo fue tan grande que recorrí los pasillos de aquel pequeño palacete a tocar de la Gran Vía, animando a todo el mundo a probar este vino,  con una producción inferior a 450 botellas. Recuerdo sentirme muy afortunada de haberlo catado.

 

 

Cierro esta primera parte alabando la tarea de Alberto en defensa de los vinos Mediterráneos, los cuales él denomina vinos del Sol.

 

Un paseo familiar de Curii a Gutierrez de la Vega. Próximo capítulo del artículo, la Mostreta de vinos valencianos.